Teníamos muchas expectativas sobre este hotel, cuya única referencia eran los pocos buenos comentarios a través de hoteles.com. Y vaya que tenían razón.
Es un hotel boutique pequeño frente a un hermoso canal. La recepción, el restaurante y algunas habitaciones están en un edificio, mientras que la que nos tocó a nosotros estaba en un edificio anexo, a unos 30 metros del primero. Nos encantó que entrábamos al edificio con nuestra propia llave, por lo que nos sentíamos como en casa. Nuestra habitación (411) tiene una vista excepcional al canal, una cama estilo antiguo, cómoda y hermosa, y una distribución nada ortodoxa, ya que solo el toilet y la regadera tienen puerta (esta última de cristal), y la bañera-jacuzzi y los lavabos (2) están abiertos, aunque pueden rodearse por cortinajes. La limpieza y el mantenimiento son impecables; las botellas de agua del frigobar son de cortesía. El desayuno es abundante y delicioso, en un comedor digno de set de película. La ubicación es inmejorable, pues está cerca de la acción, pero en una tranquila calle, a la vuelta del museo de Ana Frank y cerca de restaurantes y comercios de todo tipo.
Todo el personal (muy numeroso) es muy amable y atiende con calidez.